Hablando de justicia social en Lavapiés

Esta mañana era Arantza Quiroga, presidenta del Parlamento vasco, la que despotricaba contra la «impunidad» del movimiento 15-M en «Los desayunos» de TVE. Se la veía realmente horrorizada ante la posibilidad de que se extienda la práctica de impedir desahucios. Eso va contra la ley, claro. No se trata de recordar aquí aquella falacia constitucional de asegurar el derecho a la vivienda. Pero no está de más reproducir que no se oye a nuestros políticos criticar con tanta contundencia a aquellos bancos que patrican la moda del «swap», entre otros. De hecho, no se oye nada en este sentido.

El caso es que la diversificación del movimiento está desatando algunos nervios. El lunes, en Hora 25, de la Cadena Ser, los tertulianos se mostraban muy «indignados» ante la idea de que el movimiento se plantee convocar una huelga general, una potestad que sólo está permitida a unos pocos, entre los que destacan los sindicatos bien asentados y subvencionados. Todo resulta demasiado complicado para quienes quieren colgar la etiqueta a las decenas de miles de personas que protestan en las calles, como si fueran ropa a la venta o un diccionario biográfico de historia cualquiera. Pero no. De momento, no es posible. Y mientras, el movimiento crece y se hace fuerte, sobre todo en los barrios. Allí los vecinos recuperan el contacto, dialogan y se ofrecen ayuda mutua. Y quedarse sin techo es una de las ocasiones en que más ayuda se necesita. Mandar a una familia a la calle debería conmover a quienes dicen practicar la caridad cristiana. Pero se entiende su repelús. La caridad y la justicia social son conceptos antagónicos. A continuación, cuelgo la crónica que me envió Inma del Valle poco después de la asamblea celebrada el pasado sábado en el barrio de Lavapiés.

En el ágora de Lavapiés Inma del Valle El movimiento de indignación se citó en la plaza de Cabestreros a las 8 de la tarde del pasado sábado 18 para celebrar la asamblea popular de Lavapiés. El sol no castigaba y a la hora había unas 200 personas esperando con paciencia china el retraso español. El barrio de Lavapiés disfruta de un mestizaje que comprende y asimila estas situaciones con una naturalidad casi estoica. Media hora más tarde, y ya ante 400 personas, el improvisado técnico de sonido logró que la moderadora comenzase la asamblea con un micrófono que se acoplaba y ponía voz a El grito de Munch. En los distintos puntos abordados, exceptuando algún matiz, hubo consenso, pero cuando se comenzó a tratar si para reunirse en asamblea se debía o no avisar (nada de pedir permiso) a la Policía, comenzaron a levantarse manos hacia las tres personas que portaban un cartel donde se leía: turno de palabra. Eran los encargados de trasmitir a la moderadora el orden de intervención. Se pidieron voluntarios para mediar con los agentes en el caso de que aparecieran en próximas convocatorias (esa tarde ni rastro de ellos) pero se acordó que no era necesario avisar de que la ciudadanía iba a charlar tranquilamente en un espacio público. Más tarde, un hombre que frisaba los 50 años propuso crear una comisión de educación para explicar a los ausentes inmigrantes del barrio en qué consistía el movimiento de indignación para que participasen en él, poniendo especial atención en los niños y así, sean educados e implicados en temas sociales. Informó que pertenecía a una asociación con una experiencia de 12 años en este campo dentro del propio barrio y la aceptación fue unánime y espontánea. Un chaval de unos 10 años se levantó de la primera fila y, mirando al público, aplaudió a la forma asamblearia con una sonrisa que el resto de los adultos perdimos hace años. Acto seguido, tomó la palabra un hombre de unos 30 años para ofrecer crear el comité galáctico… Habló no sé que de las 13 lunas y los rulos sobre las cabezas fueron unánimes e instantáneos. Con un gesto de “me he quedado solo” se volvió a sentar. En los balcones permanecían vecinas sentadas en sus sillas y la asamblea avanzaba estructurando los grupos de trabajo y poniéndoles hora y fecha. Una muchacha leyó el manifiesto del barrio de Lavapiés y se acordó revisar el apartado donde se afirmaba que los edificios vacíos se ocuparían y administrarían por la asamblea de Lavapiés. También trataron sobre la defensa de las personas desahuciadas y se enumeraron distintos desalojos de viviendas frustrados por grupos del movimiento de indignación en distintos lugares de España. Los vítores retumbaron en la plaza. La sensación en el ambiente era de alegría y de creer… de seguir creyendo y queriendo a este movimiento indignado y cargado de razón y razones. Esta asamblea, como las de cada barrio, era la basa de la columna humana que arrancaría a la mañana siguiente hacia Neptuno porque, los que no se dan por aludidos, impidieron con los de siempre que la ciudadanía protestase en la misma puerta de esa asamblea profesional llamada Congreso.

One thought on “Hablando de justicia social en Lavapiés

  1. Yo también creo que lo mejor es pasar las asambleas a los barrio. Va a ser difícil mantener vivo el interés pero en el fondo solamente depende de nosotr@s

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