Viaje a Irán

Estoy acabando «Bagdad en llamas. El blog de una joven de Irak» (Laertes). Extraña sensación leer la bitácora de Riverbend así, del tirón y en castellano. La introducción de James Ridgeway también es demoledora, simple hemeroteca, pero sirve para demostrar que, desgraciadamente, los principios de Goebbels citados en el post anterior (5 y 7) siguen muy vigentes. ¡Qué corta es nuestra memoria! ¿Acaso se acuerda alguien, a estas alturas, de Chalabi? ¿Y del bueno de Paul Bremer inventándose primeros ministros iraquíes rotatorios, uno por mes?

Intentaré colgar el artículo que estoy escribiendo sobre Riverbend cuando lo acabe, pero ahora quiero comentar uno de sus posts. No es, ni mucho menos, el más relevante, pero sí tiene su importancia:

Jueves, 28 de agosto de 2003 El Mito: Los iraquíes, antes de la ocupación, vivían en pequeñas tiendas de color beige colocadas a los lados de sucias callejuelas por todo Bagdad. Los hombres y los niños iban a la escuela montados en sus camellos, burros y cabras. Esas escuelas eran versiones más grandes de las viviendas y por cada 100 estudiantes, había un maestro con turbante que enseñaba a los niños unas matemáticas rudimentarias (para contar el rebaño) y a leer. Las niñas y las mujeres se quedaban en casa, vistiendo burkas negros, preparando pan y cuidando de entre 10 y 12 niños. La Verdad: Los iraquíes vivían en casa con agua corriente y electricidad. Miles de ellos tienen ordenadores. Millones de ellos tienen equipos de video y de CDs. Irak tiene puentes sofisticados, centros recreativos, clubes, restaurantes, tiendas, universidades, escuelas, etc. A los iraquíes les encantan los coches rápidos (especialmente los coches alemanes) y el Tigris está lleno de pequeñas lanchas motoras que se usan para todo, desde pescar hasta hacer esquí acuático».

¿Por qué he seleccionado estos párrafos?: 1. Porque favorecen la identificación con los «monstruos». No son tan distintos a nosotros. 2. Ponen en evidencia algunos de nuestros prejuicios, ignorancia y prepotencia. 3. Escuché frases semejantes en la boca de jóvenes iraníes hace apenas unas semanas. A mediados de mayo viajé a Irán durante unos días. Después de dos viajes a Irak y de pasar media infancia oyendo hablar de la guerra Irán-Irak sin entender nada, visitar Irán ha resultado toda una experiencia. Necesitaría volver al menos un par de veces para entender cómo funcionan las cosas en la antigua Persia. Por eso, en el reportaje que publiqué en el Magazine (4/6/2006) no expuse grandes conclusiones, sino que me limité a reproducir algunas de las conversaciones que mantuve con jóvenes del país. No fue fácil que se abrieran. Lo están haciendo ahora a través del messenger. Tienen unas ganas tremendas de expresarse y, sobre todo, de que su país no encabece las noticias a diario. Aprovecho este post para recomendar la lectura de Persépolis, el cómic de Marjane Satrapi es una joya.

La vida sigue tras el velo que cubre Irán Magazine (4 de junio de 2006) El río Zayandeh se parece mucho al Guadalquivir al pasar por la ciudad de Isfahán. Un gran puente iluminado y unas orillas que se llenan de gente con ganas de charlar e improvisar picnics. Los persas adoran tumbarse en la hierba, de día y de noche, juntos y a solas. Los más jóvenes inventan botellones diarios sin alcohol a base de refrescos, pipas de agua y guitarras. Sus canciones hablan del amor y sus derivados. De historias imposibles o que se hacen esperar demasiado. La mayoría de ellos se identifica con estas tormentos, saben que tardarán en casarse y que hasta entonces sus relaciones con el sexo contrario serán más bien escasas. – Aquí para pagarte una casa tienes que trabajar por lo menos veinticinco años. Si no te ayudan tus padres es imposible emanciparte. Los sueldos son muy bajos y es difícil encontrar trabajo de lo que has estudiado –protestaba un ingeniero de Teherán que espera un milagro que acabe con el 12% de paro que castiga, sobre todo, a la juventud iraní. Al oírle pensé que aquella conversación podría estar transcurriendo perfectamente junto al Guadalquivir. Cambié de opinión cuando, de repente, uno de los guitarristas entonó una canción de Metallica y las muchachas que estaban sentadas junto a él se levantaron al instante. El rock está prohibido en Irán. Y hay oídos por todas partes. – Si te ven hablando con alguno de los pocos extranjeros que vienen por aquí en seguida aparece alguien para controlarte -me había contado un par de días antes en la Casa del Artista de Teherán un informático de veinticinco años que intentaba explicarme cuáles eran, según él, los verdaderos problemas de Irán. El paro también encabezaba su lista. En cuanto descubrieron que estaba hablando en inglés con dos forasteros, tres personas se acercaron a nuestra mesa. Permanecieron junto a nosotros durante un par de minutos, los suficientes para que sus respectivos radares captaran algunas frases sueltas. Debieron parecerles correctas, eran las mismas que en los últimos tiempos se repiten en cualquier conversación medianamente profunda con un iraní: – Odio la política de los Estados Unidos. – Tenemos tanto derecho a producir energía nuclear como cualquier otro país. – El tráfico de Teherán es imposible. – No te preocupes por colocarte bien el pañuelo, tranquila. No pasa nada. Pero sí pasa. Una tarde se me cayó mientras tomaba un chocolate con un grupo de amigos. Mi compañero me ayudó a recolocármelo. Al verle, la chica de enfrente arrancó a llorar y salió corriendo. Después me explicó que le había recordado a su padre. Suele estar pendiente de que a ella no se le escapen demasiados mechones por debajo de la tela. Le sucede a menudo por las tardes cuando ella y sus amigas cambian la capucha obligatoria para ir a la facultad y a cualquier edificio oficial por un pañuelo algo más desenfadado que les permite mostrar las mechas rubias y algún que otro tirabuzón. Las normas están claras. En la entrada a la Universidad hay un cartel enorme en el que tres figuras juveniles recuerdan a los estudiantes que deben vestir adecuadamente. Sus caras están desdibujadas, sólo se ven sus óvalos. Sin ojos, sin boca, sin nariz. Y sin intrusos. No me dejaron entrar ni en la Universidad de Teherán ni en la de Isfahán. Imposible acceder al recinto sin una acreditación, es un lugar cerrado. – Todo lo contrario a lo que debería ser una Universidad –lamentaba mi acompañante, quien se disculpó una y otra vez por aquel episodio-. Siento vergüenza. Se equivocan, así no vamos bien, no vamos nada bien. Esa misma muchacha se había pasado la noche anterior bailando hasta las cinco de la madrugada en una fiesta de cumpleaños. En esos espacios privados los jóvenes se sienten medianamente libres e incluso consumen el alcohol que fabrican en casa o compran en los establecimientos de los iraníes de religión cristiana. A la mañana siguiente acudió a sus clases en la facultad y a dos de sus cuatro trabajos. – ¿Por qué trabajas tanto?, le pregunté. – No quiero tener horas libres porque no quiero pensar. Si lo hace le sobrevienen ataques de llanto. Ha vivido varios años en Europa y el regreso a Irán ha sido traumático. – Demasiadas leyes absurdas. Y encima, en los últimos tiempos, tambores que suenan a guerra. – Nunca veo las noticias porque me deprimen, se sinceró. – ¿La gente tiene miedo? Al hacer la pregunta a un iraní desconocido la mayoría contesta que no. Dicen que Estados Unidos tiene demasiados frentes abiertos. Creen que “no se arriesgarán a cometer más errores”. Esa es su gran esperanza. Sin embargo, este argumento resulta insuficiente para algunos, como para una estudiante de Comunicación de veintiún años de Teherán: – Siento estrés cuando veo todo lo que está pasando últimamente. Tanto Bush como Ahmadineyad son dos “presidentes amantes de la guerra”. No están buscando una solución, no quieren la paz. Algunos llegan más lejos y hablan abiertamente de cortina de humo. Mientras el mundo está pendiente de las plantas nucleares, tanto mejor para el líder iraní. El debate sobre el derecho a enriquecer uranio ha conseguido borrar de la agenda política los problemas internos, que no son pocos. – Como en cualquier otro país –matiza una estudiante de Filología española. Primera lección: Nunca hagas que un persa se sienta atacado o cuestionado. Segunda lección: El carácter persa tiende a la calma y no le gusta expresar su nerviosismo. Dicen que no les da miedo lo que pueda pasar, pero muchos están preparando su salida del país y me preguntan sobre visados. – ¿Crees que me darían uno en Australia? –me sorprende el informático. Tiene un plan. Igual que la muchacha pluriempleada de Isfahán y buena parte de los jóvenes de su edad, que cuentan los meses que les quedan para irse del país. También es el caso de una joven periodista de veintiún años que ha dejado de serlo porque no le dejaban “contar la verdad”: – Ascender tampoco es fácil siendo mujer -añade. – En España tampoco hay mujeres dirigiendo grandes periódicos -le cuento en pleno momento de comunión feminista. – ¿De veras? Aproveché el momento para preguntarle por todas aquellas mujeres de más de cincuenta años que fuman solas sentadas en los bancos de los parques públicos y en las cafeterías de la parte alta de Teherán. Suelen llevar gafas de sol, como las jóvenes más modernas y sofisticadas, y sus pañuelos tienen estampados más vivos de lo habitual. Algunas de ellas lucieron minifalda en los setenta. – ¿La situación de la mujer ha empeorado con el nuevo presidente? – No –me contestó la periodista, como la mayoría de las iraníes que entrevisté-. Pero tampoco ha mejorado a pesar de algunas medidas populistas. Se refiere a la autorización que permite a las mujeres iraníes puedan ir a los campos de fútbol. Pese a todo, lo más probable es que pocas se atrevan a hacerlo. Se arriesgarían demasiado. Tanto como yendo al cine solas, una diversión que puede convertirse en una mala experiencia para quienes no van acompañada de sus maridos o de algún familiar. Demasiada tensión sexual en un país en el que las mujeres se sientan en la parte trasera del autobús para evitar tocamientos. En las paradas, hay una cola para cada sexo. Una entrada distinta en los aeropuertos. Y en la pantalla de muchos móviles masculinos, modelos ligeritas de ropa que se contonean cuando suena el ring. – Jamás me podría casar con un persa –afirma, contundente, la joven periodista. La idea tampoco resulta atractiva para una guía turística, preocupada por el descenso de visitantes en los últimos tiempos. Tiene 31 años y es soltera, pero también ella tiene un plan. – Me voy a casar porque quiero tener hijos. Si no, seguiría viviendo mi vida sin ataduras. La guía, como muchas mujeres de su edad, se ha operado la nariz. Las persas del siglo XXI prefieren tenerlas respingonas y se pasean, sin reparos, con las vendas del postoperatorio por las calles de sus ciudades. También su maquillaje es ostentoso. Al reparar en su vestimenta se pueden detectar tobilleras, uñas pintadas y algunas sandalias “provocativas”. – Nuestro presidente dice muchas tonterías y hace algunas locuras como lo de las caricaturas del Holocausto, pero no se mete con nosotras –asegura la guía-. Otra cosa son algunos líderes religiosos a los que no les gusta que las mujeres podamos obtener más derechos. Pero el presidente ha dicho que en este país hay cosas más importantes que hacer que vigilar a las mujeres. Pese a todo, algunas desconfían de ese “talante”. Dicen que Ahmadineyad sabe que no aceptarían un retroceso y se lo harían pagar en las urnas. Esta licenciada en Historia pertenece al grupo que sigue creyendo que Ahmadineyad tomará medidas para paliar la pobreza. Muchos lo hicieron al principio. Su promesa de ayudas económicas a los jóvenes para poder casarse también fue muy bien recibida. – Pero sólo te alcanza para el primer año. ¿Y luego qué? –ironiza el ingeniero enamorado que no ve el momento de tener casa propia. A diferencia de la guía, él es de los que, según su propia y personalísima estadística, está en contra del presidente “como el 90% de la población”. – Ese porcentaje parece algo exagerado –le digo-. Alguien debió votarle el año pasado. – Ha hecho demasiadas tonterías últimamente –razona-. Está perjudicando la imagen de Irán en el mundo y eso no es bueno. En este tema hay unanimidad: Temen que el mundo vea a Irán como a un “monstruo” o “un nido de terroristas”. Los iraníes detestan la imagen que los medios occidentales dibujan de su país. Dicen sentirse maltratados y manipulados. – Lo vemos en los canales internacionales. Más de la mitad de lo que dicen de nosotros es mentira. – Sí, tenemos parabólicas y móviles y ordenadores y tiendas bonitas y buenas carreteras. – En Irán se vive mejor que en de la Europa del Este, por eso no sé dónde ir. En los países donde me darían un visado hay menos calidad de vida que aquí. – Seguro que pensabas que íbamos en camello –bromeó la joven periodista. La referencia a los camellos es constante. Más difícil es que te justifiquen por qué necesitan tanta energía. – Ahora aún no tenemos problemas, pero en el futuro sí los tendremos –explica un comerciante en el bazar de Shiraz que está aprendiendo español gracias al Canal 24 de TVE. Por el momento su principal preocupación es que los turistas no dejen de visitar Persépolis. Las ruinas andan más solitarias que nunca. Los vendedores de alfombras de Isfahan también lo notan. Ya apenas si tienen ocasión de practicar su español básico, me explicó un veintañero con pintas de gustarle el hip hop. Y las chicas. – ¿Por qué no sois más solidarios con ellas? –le pregunté-. – Nosotros también sufrimos la situación. Es extraño no poder hablar con ellas hasta que decidimos casarnos. Pero es así. Una sola persona no puede cambiar nada. – ¿Y muchas juntas? – Sería complicado. En este país hace poco que sufrimos una guerra muy larga en la que murieron muchos jóvenes. No queremos problemas. Todo lo más escuchar Metallica de vez en cuando y a escondidas. La universitaria de Isfahan prefiere Enrique Iglesias. Se sabe todas sus canciones y no entiende que yo desconozca la mejor de todas ellas: “Escape”.

One thought on “Viaje a Irán

  1. Las niñas y las mujeres se quedaban en casa, vistiendo burkas negros, preparando pan y cuidando de entre 10 y 12 niños…. alucinante, mi padre tuvo la suerte de vivir en iraq durante la guerra contra iran, construyendo viviendas oficiales (planes de cooperacion) y me comentaba que lo más destacado era el elevado nivel académico de las mujeres iraquies en comparación con sus vecinos inmediatos, y es más, el antiguo régime iraquí, creo recordar, era laico por lo que el burka, me temo, no era portada del vogue precisamente. eso si, ahora, gracias al enano mental, es la prenda oficial.
    americanitos….. libramé de mis amigos que de mis enemigos ya me cuidaré yo….

Los Comentarios están cerrados.