Kosovo I: Impresiones generales

Voy por partes. He pensado que lo mejor será ir transcribiendo mis apuntes y entrevistas progresivamente, pero hoy quiero empezar con algunas impresiones generales. Ya las desarrollaré más adelante. Este era mi quinto viaje a los Balcanes. Poco a poco me voy enterando de lo que allí ha pasado y de lo mucho que aún pasa, aunque espero no llegar a comprenderlo nunca. En cualquier caso, nunca había respirado tanto odio, tanto hastío y tanta desesperanza como esta vez. También era la primera vez que viajaba con un grupo de amigos (normalmente lo hago sola). Boris Matijas, periodista serbocroata, nos hizo de intérprete durante los tres primeros días mientras visitábamos las zonas serbias. Después regresó a Barcelona. Las zonas albanesas son demasiado peligrosas para él. A partir del lunes nos quedamos Rafa Panadero, periodista de la Cadena Ser, la fotógrafa Tatiana Donoso y yo. Rafa dejó Kosovo el pasado miércoles y nosotras, el sábado por la tarde. No volamos directamente hasta Prístina, sino hasta Skopje. La idea era alquilar un coche macedonio. Es problemático circular por Kosovo con una matrícula “inadecuada”. Los coches con placas de la antigua Yugoslavia son apedreados a menudo al pasar por las zonas albanesas y al revés (en la actualidad, según la Oficina Estadística de Kosovo, el 88% de la población es albanesa y el 7% serbia). También hay muchos vehículos que circulan sin ningún tipo de identificación para evitar problemas, algo que resulta curioso en el lugar con más policías por metro cuadrado del mundo.

Finalmente, no sirvió de nada el pequeño rodeo. Desde hace algún tiempo ya no se puede pasar a Kosovo con un coche macedonio. Así que durante los primeros días circulamos con un automóvil austriaco que conseguimos alquilar en Pristina. Lo pedimos por teléfono a una compañía que nos recomendó alguien que trabaja para la ONU (UMNIK) y lo tuvimos listo en una hora. Nos dijeron que era alemán, tal vez el adhesivo con la “A” les confundió. Tenía pinta de haber sido robado alguna vez, como si lo llevara escrito en la carrocería. O en el cristal delantero, que estaba roto. Quizá tuvo que salir corriendo de algún lado. Por lo demás, bien. Por si alguien quiere ir a Kosovo, iré facilitando los datos (170 €, 3 días). La situación de los serbios es bastante complicada. Sólo en Prístina vivían 40.000 serbios antes de la guerra, ahora apenas si quedan 100. Treinta de ellos malviven en unos bloques protegidos por la KFOR (soldados suecos en esta ocasión). Durante los incidentes del pasado marzo esos soldados parecieron estar más pendientes de ellos mismos que de salvar a los serbios de la multitud que atacó sus viviendas. Aún quedan muchas cosas por aclarar sobre lo sucedido durante los días 17 y 18 de marzo (ver artículo de El País). Algunos jóvenes albaneses radicales con los que hablé me dijeron que en realidad el ataque estaba dirigido contra la ONU y, lo que es peor, que pronto se repetirían revueltas similares. Uno de estos jóvenes participó hace un par de semanas en un acto que invitaba a boicotear las elecciones. Unas decenas de estudiantes pasearon un burro por las calles de Prístina en el que se leía “Vote for me”. Para ellos los candidatos de ahora son los mismos que desde hace cinco años proclaman que habrá cambios en Prístina y no lo han conseguido. Pero lo que nadie puede negar es que se quemaron decenas de casas y edificios serbias. Como tampoco se puede negar que la mayoría de los serbios sigue dependiendo psicológica y económicamente de Belgrado y sueñan con la idea de que Serbia pueda volver a gobernar el actual protectorado. Este es el principal reproche que les hacen sus “vecinos” albanokosovares. Dicen que no deciden por sí mismos, que no se adaptan a la nueva situación y que no quieren aprender la lengua albanesa. Les gustaría retroceder en el tiempo, pero eso ya es imposible. Los albaneses jamás lo aceptarían, a pesar de que el tratado de paz de 1999 decía que el ejército yugoslavo (entonces la Federación de Serbia y Montenegro aún se llamaba así) regresaría paulatinamente a Kosovo. Los albaneses me contaban que lo peor no fue la guerra, sino las masacres del año anterior. Pero lo que más me comentaron fueron los años del apartheid impuesto por Milosevic. La década previa al conflicto es una humillación que no pueden ni quieren olvidar. Eso nos decían. Que no quieren olvidar. Y la gran mayoría tampoco quiere perdonar. La ONU habla de Estado multiétnico y puede que a algunos esa palabra, tan prostituida, les suene bien, pero la tolerancia no se puede imponer. Esa es una de las razones por las que los kosovares detestan a las Naciones Unidas. Hay muchas más. Durante estos diez días sólo he visto y he sabido de tres experiencias “multiétnicas” esperanzadoras. En los tres casos partieron de ciudadanos, no de este inmenso laboratorio en que se ha convertido Kosovo. 18.000 soldados extranjeros patrullando una región que, tal como nos decía un militar español, tiene la dimensión de la provincia de Zamora. Un territorio muy pequeño, que, cinco años después del fin de la guerra, aún no tiene asegurados los suministros de agua ni electricidad. La campaña electoral ha hecho que los cortes sean menos frecuentes, pero no ha logrado acabar con ellos. Los ordenadores se desconectan de golpe y perder la información del ordenador arranca un quejido malhumorado en el café de internet, en la oficina, en todas esas pantallas que chatean sin cesar para que sus usuarios se sientan menos aislados. Con el “documento de viaje” que la UMNIK les proporcionan los kosovares sólo pueden viajar a Albania, Macedonia y Serbia y Montenegro. Por eso muchos albaneses siguen renovando el pasaporte de Serbia y Montenegro. Les asegura algunos destinos más, pero no demasiados. Llegar a casa y ver que no hay agua para ducharse en un lugar donde el polvo es más abundante que el oxígeno supone otro gruñido. Me habían hablado mucho del polvo de Kosovo. Y del barro. Y de los cuervos que graznan como en “Los pájaros de Hitchcock” cada atardecer. Nadie exageraba.

La limpieza étnica vuelve a los Balcanes Más de 3.600 serbios han sido forzados a abandonar sus hogares J. P. VELÁZQUEZ-GAZTELU (ENVIADO ESPECIAL) – Pristina EL PAÍS – Internacional – 21-03-2004 La limpieza étnica, que arrasó los Balcanes y causó cientos de miles de muertos en los años noventa, ha reaparecido con toda su crudeza en este conflictivo Rincón de Europa. En esta ocasión, las víctimas son los serbios de la provincia de Kosovo, habitada mayoritariamente por albaneses, que disfrutaba desde hacía cinco años de una relativa calma bajo protección de las Naciones Unidas. Escenas que parecían olvidadas -casas, iglesias y escuelas quemadas, familias forzadas a abandonar sus hogares y civiles asesinados a sangre fría en sus aldeas- se han repetido contra los serbios de Kosovo durante esta semana y han cogido totalmente por sorpresa a la comunidad internacional. «Hemos retrocedido cinco años», afirma David Chillaron, un español que trabaja con Naciones Unidas en Kosovo desde hace casi tres años. «Todo el trabajo de reconstrucción que hemos hecho estos últimos años se ha ido al traste en cuestión de tres días». Según cifras difundidas ayer por la ONU, 28 personas han muerto y mas de 3.600 -la gran mayoría serbios, pero también algunos gitanos- han perdido sus viviendas en esta semana de cruentas persecuciones. La mitad han sido alojados en bases de la fuerza militar de la ONU (Kfor) y otros se han refugiado en casas de familiares o en albergues de zonas serbias. «La mayoría de ellos no tienen un lugar donde ir y no van a regresar a sus casas en años», declaró ayer Peggy Hicks, responsable del retorno de desplazados de la ONU. ¿Qué ha encendido la mecha de la violencia? ¿Por qué los albaneses, salvados por la OTAN del Ejército serbio en 1999, se vuelven ahora contra la comunidad internacional y contra sus vecinos serbios? El desencadenante inmediato de la crisis fue la muerte de tres niños albaneses ahogados el martes en el río Iber, que separa a las dos comunidades en Mitrovica. Un cuarto niño sobrevivió y, en un testimonio difundido una y otra vez por la televisión y la radio en lengua albanesa, declaró que un grupo de serbios les persiguió con un perro y tuvieron que lanzarse al río. Pocas zonas de la provincia se salvaron de la ira de los radicales albaneses: Mitrovica, Kosovo Polje, Lipljan, Obilic, Pec y la propia capital, Pristina. Temerosos de que puedan reproducirse los enfrentamientos del pasado miércoles, la policía internacional y los soldados de la Kfor están en máxima alerta ante el funeral de los tres niños, previsto para hoy en Mitrovica. A juicio de algunos especialistas y de miembros de organizaciones internacionales en Kosovo, hay otros motivos más profundos que explican el estallido de violencia, entre ellos la frustración de la mayoría albanesa por la lentitud con que la comunidad internacional está tomando la decisión sobre el estatus definitivo de Kosovo: si será una provincia dependiente de Serbia, como lo fue hasta el final de la guerra civil, en 1999, o si será un Estado independiente, como ansía la mayoría de los albaneses. Además, con una tasa de paro que roza el 50%, muchos albaneses se sienten excluidos de la actividad económica y se quejan de que los mejores puestos de trabajo son siempre para los serbios. Desde Belgrado, el primer ministro serbio, Vojislav Kostunica, ha propuesto una cantonalización -dividir la provincia en partes étnicamente puras-, pero el primer ministro de Kosovo, el albanés Bairam Rexhepi, ha rechazado tajantemente la idea. «El estatus final está en manos del Consejo de Seguridad, no de Pristina o de Belgrado», afirmó ayer en una conferencia de prensa el representante de la ONU en Kosovo, Harri Kolkeri, quien reconoció que el proceso está avanzando con mucha lentitud. Kostunica aseguró que los ataques contra los serbios han sido «planeados y coordinados con anticipación». El pasado viernes miles de personas asistieron en Belgrado a una manifestación convocada por el Gobierno serbio para protestar por los ataques en Kosovo. Oliver Ivanovic, un líder serbio que forma parte de la presidencia del Parlamento de Kosovo, se muestra tremendamente pesimista. «Es muy difícil mirar hacia el futuro de Kosovo y sólo hay una cosa segura: ya no se habla más de vida multicultural. Eso no es más que basura». Como ya sucediera en Bosnia-Herzegovina durante los años noventa, las víctimas acusan a la ONU de no hacer lo suficiente para protegerlas. Un miembro de la policía internacional que pidió el anonimato está de acuerdo: «El primer día de disturbios no estábamos preparados para hacer frente a tanta violencia», recuerda. «Los militares reaccionaron con mucha lentitud. Pedimos helicópteros a la Kfor y nos dijeron que no había ninguno disponible». Según la misma fuente, la incapacidad de la comunidad internacional para cambiar el status quo ha contribuido en cierta medida al resurgimiento de la violencia étnica. «En ese sentido», afirma, «hemos contribuido a crear el problema». En opinión de Veton Surroi, editor del diario Koha Ditore, de Pristina, la situación tiende a empeorar, «no sólo por las devastadoras consecuencias de la violencia, sino por la percepción generalizada de que ni la ONU ni las instituciones kosovares tienen nada nuevo que ofrecer más que la frase: «Estamos trabajando en ello». El periodista albanés calificó los actos de violencia de incivilizados y afirmó que constituyen una limpieza étnica contra los serbios y llamó al consenso entre todas las fuerzas políticas kosovares para superar la situación.

Iconos bajo el fuego Cinco años después, la OTAN, la ONU y la OSCE no logran frenar la revancha albanesa contra la minoría serbia de Kosovo. La Iglesia ortodoxa es la punta de lanza espiritual para los 80.000 serbios que resisten en el protectorado Plàcid Garcia-Planas – 06:00 horas – 27/06/2004 Suena el móvil y el padre Petar Ulemek lo apaga de inmediato. La melodía de su Nokia es el himno de la monarquía serbia, y no es en el mejor lugar para que suene el teléfono de este padre ortodoxo y serbio: viaja sin protección, es de noche y está en un control con policía albanesa por un camino forestal de Drenitza, la comarca de Kosovo donde los serbios masacraron a más albaneses. El padre Petar aborta tajante el viejo himno serbio y todos en el coche contienen la respiración: los policías permiten finalmente el paso. La oscuridad de la noche impide que se distingan sus rubias y espesas melenas recogidas en una coleta que lo marcan como religioso ortodoxo, evitando así los gestos poco amables y las pedradas habituales al cruzar los pueblos albaneses. La melodía de su Nokia abrasa el aire, especialmente en esta zona de Kosovo. Drenitza es la tierra del mítico Adem Jashari, que en 1998 condujo a toda su familia hacia el martirio contra las fuerzas serbias: en el asedio a la casa de los Jashari, el último en morir fue su hijo Kushtrim, de 13 años, disparando a gusto contra los serbios con una automática y cantando feliz. El padre Petar y su móvil atraviesan sin temblar el odio albanés. A sus 42 años es prácticamente el único religioso ortodoxo que viaja sin la protección de los soldados de la OTAN o la policía de la ONU a través de los guetos serbios que resisten en Kosovo: quedan 80.000 serbios, quedan unos 100 monjes y 50 monjas atrincherados en diez monasterios, y el padre Petar cruza Drenitza como un cuchillo para visitar a las seis religiosas que sobreviven en las ruinas del monasterio de la Presentación de Devich. Este monasterio fue construido en el siglo XV y destruido el pasado 17 de marzo en la planificada oleada de violencia que acabó con 19 vidas, 730 casas y 29 iglesias y monasterios ortodoxos por todo Kosovo. En pleno día, cientos de albaneses –entre ellos policías entrenados por la ONU– rodearon Devich para pulverizarlo, y los seis impotentes soldados franceses que lo protegían se limitaron, espantados y desbordados, a pedir un helicóptero para evacuar a las seis monjas, y de paso largarse ellos. El mandato de la OTAN en Kosovo no incluye el uso de la fuerza para salvar propiedades ni patrimonio. En Devich no sobrevivió ningún icono, y los había de los siglos XIV y XV: sólo se salvó una imagen del iconostasio. Las seis monjas malviven ahora en una tienda de campaña entre paredes requemadas. Seis mujeres agarradas a su idea de Dios y Serbia en los bosques más extraños de Europa, pagando muy caro los crímenes cometidos por los suyos. Y se agarran a este paisaje hostil y aceptan el huracán albanés con una resignación de siglos, en un inquietante silencio, con la misma naturalidad con la que pintan seres degollados en los frescos de sus iglesias. El aislamiento de las monjas tiene un aire medieval. Casi no pueden comunicarse con la hipersensible tropa francesa que ahora las custodia: ellas no hablan francés y ellos no hablan serbio. Aprovechan la traducción del padre Petar y piden a los franceses herramientas para seguir tallando cruces de madera, como hacían antes de la destrucción. Cruces entre huesos: un soldado francés comenta que en una zanja ha descubierto restos humanos de vaya a saber quién. La peor postal de la OTAN Devich es la peor postal de la OTAN –y de la ONU–. En junio de 1999, cuando las tropas de la Alianza Atlántica penetraban en Kosovo, una partida del UCK –la disuelta guerrilla albanesa– entró en el monasterio intimidando a las monjas. Devich estaba totalmente desprotegido –las fuerzas serbias se retiraban y las tropas de la OTAN apenas entraban– y los guerrilleros se limitaron a rasgar con un cuchillo las iniciales del UCK en la imagen de una santa. Cinco años después, con el monasterio bajo la supuesta protección de la OTAN, ha sido destruido con total impunidad. Esta es la fotografía: el Devich desprotegido –con la guerrilla albanesa en su punto álgido– sólo sufrió un rasguño y el Devich protegido por la OTAN –con el UCK teóricamente disuelto– ha sido devastado. La misma postal en el centro de Prizren, al sur de Kosovo. La iglesia de San Jorge, del siglo XV, fue destruida en marzo –sólo quedan las paredes– y la mezquita de Sinan Pacha, a pocos metros de la iglesia, está intacta. La mezquita –construida en el siglo XVI por los turcos con piedras arrancadas del monasterio de los Santos Arcángeles– sobrevivió a todas las embestidas serbias desde que Kosovo pasó en 1912 a manos de Belgrado. Y la iglesia de San Jorge sobrevivió a cinco siglos de ocupación turca, pero no a cinco años de protectorado de la OTAN. El padre Petar sigue con su peregrinación de alto voltaje. Al día siguiente, esta vez protegido por policías de la ONU, pasa del monasterio de Devich al de Gorioch, en los Montes Malditos, junto a la frontera con Montenegro. Las razias albanesas de marzo no afectaron a Gorioch, custodiado por soldados españoles. En el interior, más iconos, más banderas serbias, más ganas de no perder Kosovo. Más historias antiguas de una Serbia que mantiene casi la mitad de su electorado fiel al nacionalismo radical: el padre Petar muestra el fresco que representa al príncipe Stefan con los ojos vendados; Gorioch en serbio significa ojos quemados. La abadesa del monasterio, la madre Antusa, se suma entusiasmada a la ruta kosovar del padre Petar. Todos al blindado de la ONU: pró-xima parada, Osoiani, un gueto de aldeas serbias cercano a Gorioch. En Suvi Lukavac, en la entrada del enclave, la abadesa va repartiendo estampas de la Virgen y de Cristo Crucificado a campesinos que viven entre alambradas de espino. Amplios campos de trigo y tropas españolas –las más apreciadas por unos y por otros– les separan y protegen de la embestida. Como las monjas, estos serbios sólo pueden salir del gueto protegidos por tanquetas. De vez en cuando sacan a los niños de este valle para que respiren por Rusia, por Benidorm… Y otra vez para dentro. Por mucho que se organicen esquiadas conjuntas para unir a niños serbios y albaneses, comentan en la OSCE, ellos se repelen. Los serbios regresan a Kosovo en cuentagotas y en cuentagotas devuelve Serbia los restos de los cientos de albaneses masacrados a finales de los noventa y hallados en fosas comunes cerca de Belgrado. Al final del goteo, el único lugar de Kosovo donde serbios y albaneses conviven como una sola alma –comentan– es el frenopático de Shtime. Y mientras en el sur se destruye, por el norte se construye. En Belgrado, en el mismo lugar donde los turcos quemaron las reliquias del primer arzobispo serbio, san Sava, los serbios siguen levantando el mayor templo ortodoxo del mundo después de Santa Sofía. Entre 1936 y 1940 se construyeron los cimientos. La Segunda Guerra Mundial y el titismo paralizaron el proyecto. La construcción de San Sava se retomó en 1985. Cuatro años más tarde, en el sexto aniversario de la batalla de Kosovo Polie, se levantó la cúpula –34 metros de diámetro y 70 de altura– y se coronó con una cruz dorada de doce metros. La obra, pese a todas las crisis, no se detiene. Hace un año se cubrió todo el exterior en mármol blanco. Hace un mes se inauguró el ajardinamiento exterior y ahora se inician los trabajos del interior. Mezquitas destruidas En el norte, sin embargo, no sólo se construye: durante los disturbios de marzo, los serbios respondieron a la quema de sus iglesias en Kosovo prendiendo fuego a las mezquitas de Nish y Belgrado. Fue como la OTAN en Devich: la policía serbia posMilosevic y ya democrática no hizo demasiado para evitarlo. Y en el sur no sólo se destruye: el padre Petar tiene su monasterio cerca del límite con Kosovo y –en busca de dinero para reconstruirlo– remueve el Belgrado más in con el mismo descaro con el que se pasea por Drenitza. Su monasterio –una mole de piedras románicas llamado las Columnas de San Jorge– lleva tiempo medio en ruinas: los turcos desde el siglo XVII y los alemanes en 1941 le fueron arrancando los sillares para construir sus fortificaciones de ocupación. Para el padre Petar y los suyos, las Columnas de San Jorge son la próxima trinchera: el monasterio está en Novi Pazar, la ciudad más turca de la última Yugoslavia, con sólo un 20% de población serbia y con una mayoría musulmana eslava –afirman– cultivable por Al Qaeda. El padre Petar y los suyos creen que es un choque de civilizaciones. Recuerdan que en mayo –un incidente sobre el que se pasó de puntillas– cuatro policías estadounidenses de la ONU y uno jordano murieron al tirotearse entre ellos en el norte de Kosovo: discutían sobre Iraq. A los serbios, a los guardianes de la puerta, llevan siglos quemándoles los iconos. Están convencidos: las Columnas de San Jorge precedieron a las Torres Gemelas.

One thought on “Kosovo I: Impresiones generales

  1. Hola Magda!
    Acabo de «desayunarme» con tus primeras reflexiones generales + los dos artículos que acompañan las mismas y estoy rota. No porque no imaginara que algo de esto sucedía, sino porque contigo llega la constatación de que es aún peor. Tengo una amiga que vive en Sarajevo y allí las cosas parecen más tranquilas, así que decidí hacer el ingenuo ejercicio mental de pensar que eso podía tb. transladarse al resto de la antigua Yugoslavia. Pero la realidad se impone, lo malo es que allí se concentran demasiadas realidades diferentes, no es cierto? La teoría del perdón y olvido colectivo e impuesto no funciona nunca.
    Besos y cuídate mucho.

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