Cuando los políticos hablan de los jóvenes

Elecciones catalanas. Ya estamos. Empecemos por Artur Mas, alias Cupido. El candidato de CIU se lució ayer prometiendo que pagaría durante tres años el 50 del alquiler a los jóvenes menores de 30 años que se constituyan legalmente como tales. Esto es, que vayan en serio, con formalidad. Los rollos no valen. Que se mueran los solteros.

Lo de Mas no me ha cogido por sorpresa gracias a Carmen Domingo. Le tocó entrevistarle la semana pasada para Marie Claire. Durante la charla en casa del hombre-más-feliz-de-Cataluña-desde-que-se-hizo-la-fotito-en-La-Moncloa se presentó a sí mismo como el político que más besos da. En algunos medios comentaban hoy las risas que provocó su comentario entre los universitarios de la Blanquerna. Eso sí, al menos hay que reconocerle la descripción de jóvenes = menores de 30 años. En los últimos dos años el INJUVE ha subido la edad hasta los 35. Así, las medias salen mucho mejor.

Meter en el mismo saco a los hombres y mujeres que en los ochenta alucinaban con las maravillas de “El coche fantástico” y a los adolescentes que en el tercer milenio fantasean tuneando sus “bugas” resulta, cuando menos, desconcertante (…). ¿A quién le interesa hacer de la juventud un concepto tan amplio? Probablemente, a toda la sociedad. No es plato de buen gusto saber que sus ciudadanos adultos no pueden aspirar ni tan siquiera a un techo propio y un sueldo decente. Los jóvenes son un mundo aparte, su frustración parece más llevadera. “En cierta medida, conviene a los políticos” (…). Si subimos la franja de edad, las medias no son tan desalentadoras. En el 2004, los ingresos medios personales de los menores de 30 años se situaban en los 755 € mensuales. Si se incluye al grupo de 30 a 35 años, rozan los mil euros.

El párrafo anterior pertenece al tercer y último reportaje que escribí para el Magazine del pasado domingo:

GENERACIÓN 2006 España puede empezar a respirar tranquila. Al fin sus jóvenes le están dando alegrías. El equipo nacional de baloncesto ha ganado el Mundial. Y, encima, estos campeones veintañeros celebraron la victoria campechanamente, expresándose con corrección, nada de lenguaje sms ni palabras malsonantes. Y lo que es aún mejor, sus coetáneos, los jóvenes de 20 a 24 años han empezado a salir del nido. Increíble, pero cierto. Así queda reflejado en la última Encuesta de Población Activa (EPA). Según el Observatorio Joven de Vivienda, en los tres últimos años este grupo de edad está “protagonizando de modo muy particular la recuperación de los niveles de emancipación”. En la actualidad, ya han superado los datos de 1988. Al fin jóvenes modélicos, altos y guapos, modernos y pacifistas. ¿Se puede saber por qué no se ha desatado la euforia en el país? Probablemente, por varias razones. Para empezar, el colectivo conocido como “juventud española” es muy amplio. Incluye a los treintañeros acusados desde hace una década de pasivos y comodones que no abandonan el hogar familiar sino a la fuerza y también a los “teenagers”, vistos, como casi siempre en la historia, como una peligrosa manada de inconscientes. Meter en el mismo saco a los hombres y mujeres que en los ochenta alucinaban con las maravillas de “El coche fantástico” y a los adolescentes que en el tercer milenio fantasean tuneando sus “bugas” resulta, cuando menos, desconcertante. Y es que los primeros son, en ocasiones, los padres precoces de los segundos y además de saber lo qué es el hip-hop y la Oreja de Van Gogh, han vivido en primera persona los estragos que provoca experimentar a los Duncan Dhu, el grunge, el acid, los mods y La Puerta de Alcalá. La edad de la juventud se ha estirado en los últimos años como un pegajoso chicle. Y algunos sospechan que de un modo nada inocente. Hasta hace dos años, los informes del Instituto de la Juventud se centraban en la población comprendida entre los 15 y los 29 años. En la actualidad, el objeto de estudio se ha ampliado y es joven todo aquel que aún no ha cumplido los 35. “Siento que la juventud me persigue”, explica Susana, treintañera con contrato temporal. Cuando estaba a punto de cumplir los 26 le apenaba pensar que ya no iba a poder recorrer Europa con Interrail. Por suerte, aparecieron ofertas para los de más edad y las compañías de bajo coste. A medida que Susana crecía, las estadísticas y el mercado la “rejuvenecían”. A punto de cumplir los 35, dice sentirse extraña por formar parte del grupo de jóvenes que aún no ha logrado independizarse. Biológicamente ya podría ser abuela y quizá acabe teniendo problemas para ser madre. “Lo que para la Medicina es una embarazada obligada a hacerse la prueba de la amniocentesis es una joven mileurista para el gobierno”, compara Pedro, también de 35. ¿A quién le interesa hacer de la juventud un concepto tan amplio? Probablemente, a toda la sociedad. No es plato de buen gusto saber que sus ciudadanos adultos no pueden aspirar ni tan siquiera a un techo propio y un sueldo decente. Los jóvenes son un mundo aparte, su frustración parece más llevadera. “En cierta medida, conviene a los políticos”, afirma el economista Álvaro Hidalgo, coautor de los estudios “Aspectos salariales de los jóvenes trabajadores” y “La economía de las personas jóvenes”, ambos publicados por el Instituto de la Juventud. Si subimos la franja de edad, las medias no son tan desalentadoras. En el 2004, los ingresos medios personales de los menores de 30 años se situaban en los 755 € mensuales. Si se incluye al grupo de 30 a 35 años, rozan los mil euros. Más europeos Ahora la pregunta es saber si los españoles de 20 a 24 años pueden salvarse de la condena a ser eternamente jóvenes. Los datos sobre emancipación dicen que son más independientes que sus hermanos mayores. Pero hay matices. Lo que ha sucedido en los últimos años es que los veinteañeros han cambiado de hábitos. Esta generación, la más europea de este país, ha disfrutado de los programas de intercambio Erasmus y Leonardo. Ha aprendido idiomas y ha viajado. Se mira cara a cara con sus vecinos de continente. Y los ha oído cacarear las bonanzas de vivir en “Una casa de locos” (“L’auberge espagnole”), la exitosa película protagonizada por Amélie-Audrey Tatou que hace cuatro años retrataba la convivencia entre diferentes jóvenes europeos en un piso de Barcelona. “Piso compartido” es el concepto clave para entender el cambio de tendencia en la edad de emancipación. Repartirse las habitaciones de una vivienda destartalada en la que casi siempre se comen spaghetti ya no es un hábito asociado exclusivamente a la vida de estudiante. Cada vez son más los trabajadores jóvenes, y no tanto, que buscan anuncios para repartir gastos con otras personas en su misma situación al verse incapaces de pagar en solitario una hipoteca o alquiler. La mayoría de los ahora treintañeros no solía independizarse hasta que llegaba el momento de irse a vivir con su pareja, optaran o no por el matrimonio. La mentalidad de los “más jóvenes” es distinta. Son menos transgresores que generaciones precedentes en lo que respecta a su sexualidad y a partir de los 25 años priman valores como la fidelidad y la complicidad con la pareja. Sin embargo, están convencidos de que en su mayoría no podrán adquirir una vivienda en décadas. Por ello prefieren gastarse en una habitación los 350-400 € que costaba un alquiler en las principales capitales hace cinco años. Por desgracia, la relación calidad-precio deja mucho que desear. La palabra cuchitril vuelve a estar de moda, aunque a veces se la sustituye directamente por “zulo”. Más cariñoso, el autor de la bitácora http://zulitos.blogspot.com/ retrata a diario los diferentes pisos que visita, verdaderas ratoneras insalubres donde el metro cuadrado alcanza fácilmente los 7.750 euros. Esa cantidad es difícil de asumir por quienes acaban de entrar en la veintena, sobre todo si se tiene en cuenta que el 22% de los jóvenes entre 20 y 24 años declaran no haber tenido nunca un trabajo remunerado, según una encuesta del INJUVE realizada a principios de año. Para quienes consiguen ese primer empleo, el panorama tampoco es demasiado halagüeño. El mismo sondeo indica que en los primeros trabajos existe “un desajuste entre formación y empleo”. “Siete de cada diez jóvenes (69%) afirman que dicho empleo no tenía nada que ver con los estudios realizados, y otro 10% declara que su actividad laboral tenía poco que ver con su formación”. Sólo el 21% de los jóvenes consigue empezar a trabajar en algo bastante o muy relacionado con su formación académica. “Aun así, creo que los más jóvenes lo llevan mejor que nosotros”, explica otra treintañera que no desea que la reconozcan, “porque es horrible sentirse fracasada”. Para quitarle hierro al asunto compara las series de televisión que marcaron los diferentes grupos. “Los nacidos en los 70 somos mucho más cursis, lloramos demasiado con Heidi y Marco”. Los actuales veintañeros se criaron con “Bola de dragón” y sus combates marciales parecen haber sido más efectivos que los de Kung Fu. Bromas aparte, esta mileurista asegura odiar “la sensación de que las cosas no van a mejorar y que se te están escapando las oportunidades en todos los terrenos”. Al menos, la expresión “se te está pasando el arroz” está casi desterrada del vocabulario urbano. Ya no hay solterones sino “singles”. Pero ese privilegio terminológico se reserva casi exclusivamente a los que pueden pagarse una vivienda. Para quienes han cumplido los treinta y siguen fichando a diario en el domicilio familiar, la cosa se complica. Escuchar la expresión “esta juventud” resulta toda una tortura. Algunos la pronuncian en tono de reproche, otros de compasión. “Hay padres muy sufridores que prefieren que sus hijos se queden en casa a que se vayan a vivir en peores condiciones”, se consuela Cristina, de 26 años. Algunos padres se sienten culpables. Son conscientes de que sus hijos vivirán peor que ellos. Les convencieron de que debían estudiar para “labrarse un futuro” y años después descubren que lo suyo es un presente continuo. La alta cualificación de buena parte de la jóvenes no debe verse como un problema, sino todo lo contrario. El economista Álvaro Hidalgo remarca que “en los años setenta, menos del 10% de la población tenía estudios superiores. Por suerte, eso ha cambiado”. El único incoveniente es que la rentabilidad de la educación ha disminuido y por ello a algunos jóvenes les resulta poco atractiva la cultura del esfuerzo intelectual. Sobre todo en los tiempos en que el famoseo y los programas de telerrealidad convierten en millonarios a los personajes más abyectos. Esa otra juventud, la que recorre los platós televisivos, es tan minoritaria como la integrada por los deportistas de élite, los bebedores de botellón o los consumidores habituales de cocaína. Sin embargo, estos son los colectivos más visibles en los medios de comunicación. Recientemente, también han conseguido hacerse oír los jóvenes trabajadores altamente cualificados que no logran cobrar más de 1.000 euros diarios. Más difícil lo tienen aquellos veintañeros que reproducen el modelo de vida de sus padres. “Tú puedes ser joven, pero cuando te casas y tienes dos hijos cambia tu forma de vida y de ocio”, señala Hidalgo y en ese momento dejas de ser joven. En otras palabras, la juventud tiene mucho que ver con un concepto económico y de mercado. Lo joven vende y los jóvenes compran. En los últimos tiempos, incluso tratamientos contra las arrugas, la alopecia y la flacidez. Triste destino para las mujeres que en su niñez admiraron la osadía de la intrépida abeja Maya. Aquellos dibujos alemanes que transmitían ideales feministas prometían un futuro más igualitario a las niñas españolas de los setenta y los ochenta. Sin embargo, la realidad es bien distinta. Las expectativas no se han cumplido. Volviendo a los deportistas que han alegrado a los españoles en las últimas fechas, hay que tener en cuenta que nuevamente se trataba de un campeonato masculino. Para el ciudadano medio es muy difícil recordar el nombre de siquiera una de las integrantes de la selección femenina de baloncesto. Probablemente porque nunca lo aprendió y tampoco se lo plantea. También es cierto que las mujeres siguen practicando mucho menos deporte que sus compañeros y ello repercute directamente en su capacidad de organización y en su salud, según el último Informe sobre la Juventud. Pero ese no es el principal agravio comparativo. Ellas siguen cobrando bastante menos por el mismo trabajo, a pesar de ser mayoritarias en la universidad desde hace años. “La discriminación salarial de la mujer joven no ha presentado ninguna mejoría entre 1995 y 2002”, añade uno de los autores de “Aspectos salariales de los jóvenes trabajadores”. Por ello, muchas chicas apuestan por conseguir un puesto como funcionarias. Las empresas públicas son las únicas que les aseguran que no las discriminarán por razones de sexo. En cualquier caso, las mejoras tendrán que acabar produciéndose. Así lo desea la mayor parte de los jóvenes españoles. “El 45% cree que nuestra sociedad necesita reformas profundas”, según un sondeo de opinión realizado por el INJUVE el año pasado. Por su parte, un 43% considera que podría mejorarse “con pequeños cambios” y sólo 6% está convencido de que “debe cambiarse radicalmente”. Casi nadie parece acordarse ya de una de las frases más famosas entre los niños de la transición: “Viva el mal. Viva el Kapital”. La pronunciaba la Bruja Avería en “La bola de cristal”. Aquel artilugio no acabó de funcionar bien. No supo prever que algún día una ministra de Vivienda prometería minipisos de 30 metros cuadrados para albergar a la generación mejor preparada de la historia. Tras años de sequía reivindicativa, los seguidores de “La bola de dragón” empiezan a organizarse en la calle y en internet para exigir una vivienda y un trabajo dignos.

2 thoughts on “Cuando los políticos hablan de los jóvenes

  1. mierda, por un añito, en fin, los que llegamos en breve a los 36 pasamos a ser «maduritos recientes», jeje, me guuuuusta.
    buen artículo, me vas a obligar a comprar la vanguardia los domingos… grrrrr. un abrazo.

  2. podría obligarte a comprar la razón, metamike. yo los leí en la bibiloteca, y me agradó encontrarte. me gustaron, enhorabuena.

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